12 castillos españoles que dialogan con el mar: de Salobreña a Monterreal con parada en Peñíscola

Protegían a las naves en busca de arribo seguro; impedían desembarcos y aguadas hostiles; controlaban el territorio y custodiaban fronteras. Cómo no, los castillos junto al mar transmitían la señal de alarma mediante toques a rebato y ahumadas, cobijando a la población de pescadores. También se usaron como presidios. Pero, ante todo, esas fortalezas manifestaban, con sus elementos defensivos, un indubitable poderío que hoy nos transporta a la Edad Media y al Renacimiento. Almenas que actualmente sirven para mirar el mar, más que para defenderse de posibles peligros.

Esta docena de fortalezas españolas, replicables en la arena con cubo y pala, justifican el viaje, aprovechando la diafanidad invernal que dispensa las mejores fotografías.

El castillo de Salobreña forma parte de la memoria visual de cualquier viajero que se acerque a la Costa Tropical granadina. Llegando desde Motril, se observa el contraste entre la vega —antaño rebosante de caña de azúcar— y el poblado salobreñero, íntimo, morisco, en un apretujamiento indefinido de casas blancas bajo el formidable castillo-alcazaba, punto de control estratégico del norte de África. Su primera mención se remonta al año 913 (es decir hace 1.111 años), y durante su época dorada, entre los siglos XIII y XV, proporcionó descanso y asueto a los sultanes. También fue jaula dorada de miembros incómodos de la familia real nazarí.

La pontevedresa ciudad de Baiona se sitúa en la cabecera de una bahía señalada por el castillo de Monterreal, cuya estructura se adapta como un guante —como una lengüeta de zapato, decía un cronista del siglo XVII— a la península en la que descansa el Monte Boi. Estamos en la más importante fortaleza erigida en la costa meridional de Galicia. “El enclave se puede rodear extramuros, sintiéndose el viajero un invasor o un turista; bien por el adarve que recorre las almenas, tal que un habitante de Monterreal”, apunta Anxo Rodríguez Lemos, doctor en Historia y cronista de la Villa de Baiona. Escogemos para la visita este último itinerario.

La evocación se dispara ante la sola mención de Benedicto XIII, el Papa Luna. En pleno Cisma de Occidente (1378-1417) mantuvo su legitimidad desde el castillo de Peñíscola con una tozudez aragonesa tan contundente como el tómbolo castellonense en que residió hasta morir a los 95 años. Tras engullir una alcazaba musulmana, este fue el último castillo que levantó la Orden del Temple (1307), tan cara al misterio y a la cábala. Todo este perímetro de 230 metros está rodeado de leyenda. Como casi todo en el mar. En 1319 pasó a manos de la Orden de Montesa, que la cedió al Sumo Pontífice; y de 1411 a 1423, la fortificación albergó una de las tres sedes papales de la Historia; las otras fueron Roma y Aviñón.

Cuando el castillo de Santiago fue erigido a finales del siglo XV sobre una barranca natural del barrio Alto de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), el Guadalquivir discurría mucho más cerca de lo que lo hace en la actualidad. Sus torres lucían más imponentes si cabe, y a sus pies se construían barcos en las atarazanas, entre el bullicio mercantil —golpazos, gritos de vendedores, rebuznos, tintineo de fragua— producto de la Flota de Indias, todo lo cual decidió al segundo duque de Medina Sidonia a levantar esta fortaleza para extender sus dominios sobre la desembocadura del río.

El castillo de Santa Cruz, en Oleiros (A Coruña), el castillo de Santa Bárbara en Alicante, el cerro de San Cristóbal en Almería, el castillo de Bellver en Mallorca, el castillo de Sohair en Fuengirola, el castillo de Tamarit en Tarragona, Castillo de Gibralfaro en Málaga, Tossa de mar en Girona … todos ellos constituyen maravillosas arquitecturas históricas de España.

Fuente:www.elpais.com

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miércoles Mar 27 1:52 pm

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